“La policía de Gaza
encontró a K. K. en una barraca de playa con su supuesto amante cerca de Jan
Yunis, al sur de la franja hace dos semanas. Los detuvieron, los interrogaron y
después los soltaron. La pareja sabía que el castigo no acababa ahí. Sabían que
en Gaza, una mujer casada no puede dejarse ver con un hombre que no sea su
marido o su familiar. Sabían también que tratándose de Jan Yunis, una de las
zonas más conservadoras de la franja, el castigo no tardaría en llegar.
Esa misma noche, ya en
casa, K. K., universitaria de 22 años, casada con su primo y madre de una niña
de año y medio tuvo que enfrentarse al interrogatorio de su familia. K. K.
confesó su supuesto crimen, consciente de que había violado las estrictas
normas de moral que rigen en Gaza. Horas después de la confesión, su tío la
obligó a beber de una botella de herbicida, hasta que la muchacha cayó
inconsciente. En ese estado, el tío la llevó hasta el hospital Nasser de Jan
Yunis, donde a las 21.00 la ingresaron en cuidados intensivos. Intento de
suicidio, explicó el tío a los médicos que trabajaban aquella noche. La dejó
moribunda, convencido de que aquel era el final de su sobrina, según el
testimonio de personas cercanas al caso.
Pero K. K. empezó a
mostrar signos de recuperación. De madrugada, su tío se presentó de nuevo en la
sala de cuidados intensivos. El médico corrió a transmitirle la buena noticia.
La chica estaba mejorando. Al tío no le gustó el diagnóstico. Sacó una pistola
y amenazó al médico y a la enfermera. Después, metió la pistola en la boca de
su sobrina y disparó. K. K. murió en el acto.
El conservadurismo de
Jan Yunis es palpable en toda Gaza, donde es muy difícil ver a una mujer sin el
hiyab en la cabeza o en la calle después de la
puesta de sol. Es impensable que una mujer viva sola y muchas acuden
acompañadas de sus familiares hasta a las entrevistas de trabajo. En la playa
deben bañarse vestidas y si quieren fumar no lo hacen en público. La llegada del movimiento islamista
Hamás al poder en 2007 supuso otra vuelta de tuerca en la
implantación de una agenda islamista, que recorta la libertad de movimientos a
las mujeres.”
Fuertes, trabajadoras, y pilares básicos en los
hogares, desde muy pequeñas aprenden y asumen sin quejarse el rol que se les ha
asignado, así es y ha sido la mujer en multitud de lugares. Luchadoras que
viven siempre a la sombra y exentas de un reconocimiento que al sexo opuesto se
le otorga sin apenas esfuerzo.
Así es su vida, y así la aceptan como si no
existiera condición mejor. Pero ¿se debe permitir esto?
La misoginia es un problema mundial y en lugares
específicos se acentúa hasta extremos tan brutales como el que nos presentan en esta noticia. Son
ellos los que tienen el poder político y económico, los que controlan y
manipulan todo a su gusto, situando a la mujer en un plano marginal, en el que
no pueden disfrutar de ningún tipo de derecho u oportunidad, promoviendo la
reproducción de esta forma de vida a sus descendientes que la aceptaran sin
remedio.
El patriarcado, es una cultura que potencia las relaciones de opresión y
poder entre las personas dividiéndolas en categorías sociales, este, es
sostenido en gran parte por la aceptación femenina del problema, pues no podemos culpar exclusivamente al
hombre de todo ya que estamos dentro de un sistema que genera esto por nuestra
propia decisión.
Con todo esto, reflexionamos sobre cómo la estructura
social y cultural en la que vivimos nos esta afectando, y como desde la educación
debemos luchar por promover el establecimiento y cumplimiento de unos determinados derechos comunes
a todos los individuos, sobre todo en los lugares donde aún no hayan llegado.

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